Hoy ví a mi amigo, el poeta Luis Marín. Fue en mi viaje a bordo del autobús 213 con rumbo a Jižní Město, donde tenía mi casa. Mi amigo subió en Chodovska, si mal no recuerdo. Leía y no me percaté de su presencia hasta que instintivamente supe que alguien se acercaba a mi asiento. En ese momento, levanté la mirada y lo ví. Por una ráfaga de tiempo nuestros ojos se encontraron, pero de inmediato me dio la espalda y fue a sentarse a unos metros delante de mí. Era un hombre ya maduro, quizá llegando a la cincuentena. Lo reconocí por el bigote. Cuánto me sorprendió que aún gustara de llevar el pequeño bigote que hacía años acostumbraba dejarse, aunque no desde el principio, quiero decir en el momento en que lo conocí, sino pocos años después. Aún recuerdo las burlas con las que se refería a su doble apariencia, a su doble yo según se dejara ese trozo de vello sobre la nariz o se lo afeitara. Había subido de peso aunque también es cierto que la gruesa chamarra contribuía a crear esa posibl