Todos se lo meten a la boca, lo muerden, lo mastican, lo remuelen, aparentan degustarlo (es un deleite, se sienten fascinados); pocos, sin embargo, lo digieren. Sí, así me represento el bolo de palabras que le veo vomitar a una ingente cantidad de almas en esta ciudad -presumiblemente en todo el mundo, pero seamos modestos en nuestras miras- cuando pretenden hablar inglés. !Qué engendro de acentos¡ !Qué de tartamudeos, vacilaciones, balbuceos¡ No hay lugar en Praga donde no se escuche ese acento chillón, jálameloshuevos de inglés yanqui o el mamón británico. Si digo que hablar lenguas extranjeras está de moda en Praga, no digo nada. Todo lo está y en todos lados. Pero aquí, de toda esa lenta y a la vez estrepitosa carrera por adquirir el dominio sobre un idioma, el mandón sigue siendo es el inglés (mal que me pese). Primero por el turismo, claro, lengua planetaria, "es para entenderse dondequiera que uno vaya", bla, bla, bla... de eso ya he tenido suficiente. Segundo, po