Cuando se escribe calor no es tan fuerte como cuando de verdad hace calor. La cabina cuadrada del Avia era un horno, y eso que era ya casi medianoche. El chofer Vojtěch Puklica iba con las dos ventanillas abajo pero el aire de afuera se sentía como si la noche tuviera calentura. Sólo en el momento en que la carretera ardiente entró en el bosque, sintió en el codo izquierdo un soplido agradable y frío. Ya no tenía ganas de beber el agua caliente de la botella de plástico. Se regodeaba con la idea de tomarse una cerveza en casa. Unas cervezas. A su mente venía la imagen de las botellas, la manera en que lo estarían esperando en el sótano de su casa y, al encender la luz, las corcholatas doradas resplandecerían con intensidad, coronadas sobre sus cuellos. Durante un rato estuvo haciendo girando la cabeza para no dormirse. Había tenido una semana pesada, que esta vez se había prolongado hasta el sábado. Hoy en día, el transportista privado tiene que cruzar el país como loco para salir