En una de mis visitas cotidianas al Instituto Cervantes de Praga me encontré hace algunos meses una nota en el tablero de anuncios invitando al público a una tertulia literaria. Se prometía la asistencia de Samanta Schweblin, la "reina del cuento fantástico del Río de la Plata". Nunca había oído el nombre y el eslogan me pareció desmesurado, rayando en lo blasfemo. Por una razón u otra no asistí al evento, pero poco después un amigo me facilitó el libro, cuya traducción checa era el motivo del convite literario en la feria de Holešovice, que ahora me propongo comentar.
Vamos de nuevo, ¿qué carajos es la literatura fantástica? Cito a wikipedia, que cita a Todorov: "En la clásica Introducción a la literatura fantástica, Tzvetan Todorov definió lo fantástico como un momento de duda de un personaje de ficción y del lector implícito de un texto, compartido empáticamente. Los límites de la ficción fantástica estarían marcados, entonces, por el amplio espacio de lo maravilloso, en donde se descarta el funcionamiento racional del mundo y lo "extrano" o el "fantástico explicado", en el que los elementos perturbadores son reducidos a meros eventos infrecuentes pero explicables. Contra la definición amplia de lo fantásticos, esta definición presenta la debilidad de ser demasiado restrictiva. Se han propuesto diferentes reformulaciones teóricas que intentan rescatar el núcleo de esta definición con diversas salvedades".
La primera parte de la definición de Todorov (coincido en lo de "restrictiva", diría que hasta un tanto vaga) se ajusta como explicación de algunos cuentos de Pájaros en la boca. En esas historias ("El cavador", "Irmán" o "La medida de las cosas") el narrador-personaje es cómplice de las circunstancias que lo envuelven. Su transigencia, apática, es lo que hace posible el desencadenamiento de los acontecimientos fantásticos o, quizá mejor, absurdos.
En los cuentos de Schweblin, con frecuencia, los hombres ceden, víctimas de la debilidad, la indecisión o el azar, ante situaciones extrañas, y se vuelven así cómplices de lo bizarro.¿Se trata del momento de duda del que habla Todorov? Si el personaje no cediera, la historia no podría llevarse a cabo. Fantástico o absurdo, eso es la vida misma. Un buen día uno conoce a una rubia, se deja hacer y, de repente, ya se ve con hijos, calvicie y una hipoteca. De pura duda y transigencia. ¿Nos encontramos ante lo fantástico?
Al recorrer las páginas de Pájaros... es fácil darse cuenta de que palpita una inquietud. Se trata de un anhelo, el anhelo de denunciar un aspecto de lo real bajo el manto de los fantástico. Si lo que afirmo es cierto, ¿es éste un rasgo común a toda literatura fantástica? Me atrevo a asegurar que muchos de los fantásticos escritores fantásticos del Río de la Plata (desde Macedonio Fernández hasta Bioy Casares, pasando por Felisberto Hernández, Borges y Cortázar) discreparían. Habrá que matizar. Si la única función de lo fantástico ha de ser la de encarnar, vestir, formas de lo social; por ejemplo, la denuncia de desajustes de tipo psicológico o moral en la personalidad, lo fantástico queda muy deslucido. Acaso el reto consista en las estrategias que se elijan para llevar a cabo esa alquimia, y la maestría del relato dependa del desarrollo de los acontecimientos en la historia, de la novedad de ésta misma. En este sentido, Schweblin acierta en algunas ocasiones y comete yerros en otras. "Conservas" sirve magníficamente para ilustrar sus aptitudes. Por la manera de relatar, ambigua, llena de oquedades para entretenimiento del lector (procedimiento que Schweblin realiza muy bien, dicho sea de paso, en esta historia mediante un "proceso regresivo" en la segunda mitad del cuento que intenta volver a poner las cosas tal y como estaban antes del embarazo), y por los ingredientes de la historia (procedimientos "ultramodernos" para controlar y suspender el parto, muy en la línea de Bioy) la historia admite lo fantástico, pero detrás late una indiscutible inquietud que podemos denominar "social", una crítica, o una reflexión si se quiere. ¿Acaso la narradora pretende aleccionar a las madres que se aferran a sus vidas de solteras sin compromisos, que por una razón u otra ya han dado el paso decisivo y se arrepienten de ello? ¿Es un grito desesperado ante el ineludible destino de millones de mujeres? "Yo sólo quiero dejarlo para más adelante...", clama la protagonista de la historia.
Con la misma maestría técnica, Schweblin demuestra en "La furia de las pestes", "Mi hermano Walter" o "En la estepa" su pericia como escritora "real-fantástica". Allí, las narraciones están muy bien llevadas, las atmósferas -en el caso de "La furia..."- evocan en el lector desesperación, angustia, miedo incluso; en el caso de "En la estepa", una curiosidad inaudita. El lector, gustoso creo yo, se deleita, está ansioso por lo que viene, quiere más, sigue sin despegar los ojos de las líneas, totalmente entregado. Tal sensación es de agradecer. Los finales me dan lo que quiero. Estamos ante muy buenos cuentos, "En la estepa" muy en la línea de "Bestiario", y "La furia...", acaso, con una última línea y media de más para llegar a la brillantez. De la misma manera, el relato "Mi hermano Walter" mantiene al lector atado a la butaca de inicio a fin. La autora deja abiertos los canales, el final es imprevisible y uno no sabe por dónde asirlo. El personaje Walter evoca antipatía, rechazo y lástima. No parecen pensar lo mismo los otros personajes del cuento, que se esfuerzan por estar cerca del neurótico, de cobijarlo y de transmitirle su buen vibra, su contento, y tal vez así pueda restablecerse. Por momentos, más parece que estamos ante un inválido, un vegetal o un tarado que ante un tipo que sufre depresión. La oposición DEPRESIÓN -- FELICIDAD en el cuento es muy significativa. A mayor felicididad y prosperidad en el entorno, menores posibilidades (¿ganas?) para Walter de salir del abismo. El personaje se muestra como el combustible involuntario del que se nutre la bonanza de su familia. Al final, al menos uno, el narrador, se percata del drama de Walter. Aunque no parece entenderlo (y su interés por averiguar no es muy grande), el narrador evoca un temor, quizá el temor de que las cosas tomen un giro imprevisto en cualquier momento, la angustia de que la catástrofe se cierna sobre la zona de confort de todos. "Mi hermano Walter" sugiere una imagen angustiante: la de sentir que nos hallamos amarrados, sin escape posible, a un barril de pólvora.
En los cuentos de Schweblin, con frecuencia, los hombres ceden, víctimas de la debilidad, la indecisión o el azar, ante situaciones extrañas, y se vuelven así cómplices de lo bizarro.¿Se trata del momento de duda del que habla Todorov? Si el personaje no cediera, la historia no podría llevarse a cabo. Fantástico o absurdo, eso es la vida misma. Un buen día uno conoce a una rubia, se deja hacer y, de repente, ya se ve con hijos, calvicie y una hipoteca. De pura duda y transigencia. ¿Nos encontramos ante lo fantástico?
Al recorrer las páginas de Pájaros... es fácil darse cuenta de que palpita una inquietud. Se trata de un anhelo, el anhelo de denunciar un aspecto de lo real bajo el manto de los fantástico. Si lo que afirmo es cierto, ¿es éste un rasgo común a toda literatura fantástica? Me atrevo a asegurar que muchos de los fantásticos escritores fantásticos del Río de la Plata (desde Macedonio Fernández hasta Bioy Casares, pasando por Felisberto Hernández, Borges y Cortázar) discreparían. Habrá que matizar. Si la única función de lo fantástico ha de ser la de encarnar, vestir, formas de lo social; por ejemplo, la denuncia de desajustes de tipo psicológico o moral en la personalidad, lo fantástico queda muy deslucido. Acaso el reto consista en las estrategias que se elijan para llevar a cabo esa alquimia, y la maestría del relato dependa del desarrollo de los acontecimientos en la historia, de la novedad de ésta misma. En este sentido, Schweblin acierta en algunas ocasiones y comete yerros en otras. "Conservas" sirve magníficamente para ilustrar sus aptitudes. Por la manera de relatar, ambigua, llena de oquedades para entretenimiento del lector (procedimiento que Schweblin realiza muy bien, dicho sea de paso, en esta historia mediante un "proceso regresivo" en la segunda mitad del cuento que intenta volver a poner las cosas tal y como estaban antes del embarazo), y por los ingredientes de la historia (procedimientos "ultramodernos" para controlar y suspender el parto, muy en la línea de Bioy) la historia admite lo fantástico, pero detrás late una indiscutible inquietud que podemos denominar "social", una crítica, o una reflexión si se quiere. ¿Acaso la narradora pretende aleccionar a las madres que se aferran a sus vidas de solteras sin compromisos, que por una razón u otra ya han dado el paso decisivo y se arrepienten de ello? ¿Es un grito desesperado ante el ineludible destino de millones de mujeres? "Yo sólo quiero dejarlo para más adelante...", clama la protagonista de la historia.
Con la misma maestría técnica, Schweblin demuestra en "La furia de las pestes", "Mi hermano Walter" o "En la estepa" su pericia como escritora "real-fantástica". Allí, las narraciones están muy bien llevadas, las atmósferas -en el caso de "La furia..."- evocan en el lector desesperación, angustia, miedo incluso; en el caso de "En la estepa", una curiosidad inaudita. El lector, gustoso creo yo, se deleita, está ansioso por lo que viene, quiere más, sigue sin despegar los ojos de las líneas, totalmente entregado. Tal sensación es de agradecer. Los finales me dan lo que quiero. Estamos ante muy buenos cuentos, "En la estepa" muy en la línea de "Bestiario", y "La furia...", acaso, con una última línea y media de más para llegar a la brillantez. De la misma manera, el relato "Mi hermano Walter" mantiene al lector atado a la butaca de inicio a fin. La autora deja abiertos los canales, el final es imprevisible y uno no sabe por dónde asirlo. El personaje Walter evoca antipatía, rechazo y lástima. No parecen pensar lo mismo los otros personajes del cuento, que se esfuerzan por estar cerca del neurótico, de cobijarlo y de transmitirle su buen vibra, su contento, y tal vez así pueda restablecerse. Por momentos, más parece que estamos ante un inválido, un vegetal o un tarado que ante un tipo que sufre depresión. La oposición DEPRESIÓN -- FELICIDAD en el cuento es muy significativa. A mayor felicididad y prosperidad en el entorno, menores posibilidades (¿ganas?) para Walter de salir del abismo. El personaje se muestra como el combustible involuntario del que se nutre la bonanza de su familia. Al final, al menos uno, el narrador, se percata del drama de Walter. Aunque no parece entenderlo (y su interés por averiguar no es muy grande), el narrador evoca un temor, quizá el temor de que las cosas tomen un giro imprevisto en cualquier momento, la angustia de que la catástrofe se cierna sobre la zona de confort de todos. "Mi hermano Walter" sugiere una imagen angustiante: la de sentir que nos hallamos amarrados, sin escape posible, a un barril de pólvora.
Por desgracia, en otros tantos cuentos, la fórmula que hemos esbozado no se realiza con el éxito esperado. "Mariposas", "El hombre sirena" o el relato con cuyo nombre se engloba a toda la colección son ejemplos del exceso de lo fantástico que predomina sobre una trama, a mi entender, deslavazada o incluso anodina (como en "El hombre..."). "Mariposas" le hace un guiño a las "Mariposas de Koch" de Antonio Di Benedetto; sin embargo, el relato de Schweblin peca de fantasioso y linda con el realismo mágico de Remedios, la bella, quedando muy lejos del lirismo y el ingenio del referente. En cualquier caso, sería por demás interesante emprender una indagación profunda, a fin de averiguar qué clase de desajuste es el motor de la imaginería fantástica argentina, donde los personajes engullen pájaros, escupen mariposas sanguinolentas, fetos en forma de almendra o conejitos afelpados.
Concluyo lamentando que la colección de Schweblin no se llamara "Cabezas contra el asfalto". Detrás de la provocación del título se erige un cuento sólido, sobresaliente, provisto de los elementos que he subrayado con relación a "Conservas", "La furia..." o "Mi hermano Walter", mucho mejor delineados, y desprovisto aún más que éstos -o limpio del todo- de cualquier elemento fantástico. Me queda claro, al menos por este libro, dónde se potencian más las capacidades de la autora. En "Cabezas..." Schweblin denuncia (mofándose y no con el desgarramiento de vestiduras de "Conservas"), a través de un pintor reprimido, neurótico y exitoso, dos o tres de los males endémicos de nuestros tiempos: las llamadas brechas culturales (la otredad, la llaman otros) y el arte contemporáneo.
Una autora a seguir en el futuro. Que juzgue el lector.
Una autora a seguir en el futuro. Que juzgue el lector.
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