Ahora a buscar que no nos toque Argentina. Evitarlos a toda costa. Vencer a Uruguay. ¡Katerina! Katerina como idea, Katerina como imagen, Katerina como concepto. ¡Vaya! Hasta que nos tocó una. Digo, nunca ganamos. Está bien, no hay que sentirse mal por esos franceses. Sentir la cercanía, marcar el territorio con el resto de la manada de franchutes alrededor de la mesa, ésta es mía señores. El gol como abrazo catártico, las bromas bienvenidas, la mano acariciando la pierna recién afeitada. Saberse con la puerta abierta, la oportunidad de llegar hasta donde nadie ha llegado nunca. Katerina y su mirada seria, aprobatoria. ¿De aquí al amor qué distancia queda por recorrer? Me aventuro a decir que he llegado a mi destino.
Catecismo frecuente de este tecleador, cuya lectura le ha provisto de una escama protectora contra esta maraña "que se proclama mundo", el texto que sigue es una nítida muestra de lo que se denomina "cortaziano". No deja de sorprenderme. La tarea de ablandar el ladrillo todos los días, la tarea de abrirse paso por la masa pegajosa que se proclama mundo, cada mañana topar con el paralelepípedo de nombre repugnante, con la satisfacción perruna de que todo esté en su sitio, la misma mujer al lado, los mismos zapatos, el mismo sabor de la misma pasta dentífrica, la misma tristeza de las casas de enfrente, del sucio tablero de ventanas de tiempo con su letrero "Hotel de Belgique" . Meter la cabeza como un toro desganado contra la masa transparente en cuyo centro tomamos café con leche y abrimos el diario para saber lo que ocurrió en cualquiera de los rincones del ladrillo de cristal. Negarse a que el acto delicado de girar el picaporte, ese acto por el cual tod...
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