Aún recuerdo vivamente la apertura del segundo acto de Prodaná Nevěsta, aquel himno exaltado y jovial que en la taberna le dedican los convidados del pueblo a su néctar tutelar. Poco importa ahora que en la ópera los cantos al divino líquido sirvan sólo como pretexto para ensalzar las virtudes del amor o el dinero, defendidas por Jeník y Kecal respectivamente. Lo que interesa subrayar es la actitud de un pueblo que, a pesar de encontrarse con frecuencia inmerso en la tristeza o la desgracia, se procura momentos para levantar la mirada y reconocer la alegría. Un espíritu algo similar encuentro de primera instancia en los relatos de Urzidil. El "Tríptico de Praga" es varias cosas, pero ante todo es una alabanza a la caput urbium bohemorum, una ciudad que pese a la ingente cantidad de infortunios siempre resurge de entre sus cenizas y continúa sorprendiendo a sus moradores. Al menos eso es lo que se puede apreciar en la primera parte del libro. De la mano de un mozuelo (que no es otro que la imagen del propio Urzidil), el lector va recorriendo las calles, las edificaciones "puntiagudas", "filosas" (marca o expresión gótica, da a entender el narrador, de la respuesta ante los agravios sufridos), los mercados y las tabernas. El muchacho es aún inmortal, por lo mismo se halla fuera del ámbito de los adultos; es además un plebeyo y, por lo tanto, libre de las constricciones que impone la corte y las buenas maneras. Dueño de tal condición, el chico se deleita penetrando a su antojo en jardines y barrios. Pero no sólo eso, su curiosidad por los acontecimientos pasados le permite trascender las barreras del tiempo y situarse en las épocas más significativas de la urbe. Me parece que no es otra la función del motivo introductorio del libro. Se trata de recorrer con la mirada el objeto de escrutinio lo más posible en el espacio y el tiempo. En efecto, el muchacho -hecho adulto ya- cuenta que gustaba de recorrer con la mirada aquel relieve que se encuentra sobre las pilastras del presbiterio dentro de la catedral de San Vito. En él se recrea una escena histórica, pero tambien y sobre todo, se puede ver la vastedad de la ciudad. Eso y su propia imaginación consiguen que el chico se construya una Praga "según las normas del arte".
A partir de ahí, el narrador adulto-niño (visible en el constante cambio de narrador entre 1. y 3. persona) repasa diacrónica y sincrónicamente los escenarios más encantadores. El lector recorre con el muchacho los mercados navideños de la Ciudad Vieja, Stromovka, las cervecerías en Bigalski, detrás de la iglesia de San Enrique o en Fleck (U Fleku); se entera de las constantes escaramuzas entre alemanes y checos en el Graben (na Prikope) y de los juegos del propio joven con amigos de diversas nacionalidades (ya desde su pubertad el chico se llamaba así mismo "hinternacional", nos dice el narrador, palabra que llegó a ser célebre gracias a Urzidil.)
Y con ese escenario como telón de fondo, el narrador introduce al lector a ese otro rico acervo que, junto al arquitectónico, posee la ciudad: el de "las numerosas y abstrusas leyendas". O, mejor dicho, le da una probadita tan sólo. De esa forma conocemos la historia de Virgil Suchy que por un extraño afán de entronización temporal (rey por un instante) urde un plan para hacerse con las siete llaves de la puerta de hierro que conduce a la cámara del tesoro real. Al lograr su objetivo, Suchy se queda pasmado ante tal riqueza. Finalmente, cuando los guardianes de la cámara llegan hasta el lugar, encuentran a Suchy muerto, vestido con los ropajes reales y con una "carcajada inquietante" en el rostro.
Urzidil emplea eficazmente distintos motivos literarios de larga tradición. Por ejemplo, los rasgos de la Bildungsroman que se pueden encontrar en la narración del muchacho praguense, los elementos de la narrativa picaresca o el diálogo entre autor y personaje presentes en el relato sobre Weissenstein Karl, y finalmente el "relato testimonio" en el caso de "El legado de un joven", acerca del que no me abandona la idea de que a pesar que se refiere Urzidil a Karl Brand, detrás del nombre parece esconderse la figura de Kafka, aún cuando otro personaje con ese nombre tiene una breve aparición en el cuento.
La segunda parte la ocupan casi totalmente los relatos sobre la vida literaria de habla alemana en Praga, y más específicamente aquel célebre grupo literario checo-germano-judío conformado por Werfel, Brod, Kafka, Kisch y el propio Urzidil, quien virtualmente se erige en el minutario de una compañía legendaria. Quizá nunca sabremos si los diálogos vertidos en "Weissenstein Karl" o en "El legado de un joven" son transcripciones de los diálogos reales, pero resulta poco trascendente, pues la idea es recrear el Círculo, las tertulias, las conversaciones, no con una intención ideológica o didáctica, sino como un ente que existió en la realidad, en la cotidianidad. Por ello, los parlamentos se me aparecen más como discursos verosímiles aunque no necesariamente reales puestos en boca de los protagonistas, un poco a la manera clásica del diálogo o la diatriba filosófica.
En realidad, Urzidil juega mucho con las identidades de sus cuentos. El lector -yo, por lo menos- queda confundido ante nombres que parecen forma parte del grupo literario, pero de los cuales no se encuentra nada en otro lado, o acaso se tratara de figuras menores. Incluso, pensándolo un poco mejor, Weissenstein Karl y su vida no es sino la metáfora de la vida de todos ellos. Esto queda de manifiesto cuando dice el personaje: "Yo era otros y los otros me tomaban por eso. No era sólo yo que lo creía... Como Kisch, yo daba órdenes... Como Urzidil, disculpe usted, me precipitaba con todos los condenados... ¡Sí, yo era Werfel!" (p. 82). Imaginando un poco, quizá se trate del "espíritu" del grupo, pero acaso también la vida de Karl sea una muestra de la vida dura que todos tuvieron que pasar. No sé. Lanzo un poco a la ligera la afirmación.
El volumen cierra con un sueño. Nos sabemos quién, pero suponemos que se trata de nuevo de un personaje que deliberadamente toma, y mucho más de lo normal, la personalidad del narrador. Es un sueño que es de alguna manera un descenssus ad infernum o un viaje nostálgico en el tiempo. El personaje es o fue alguien importante que tiene la oportunidad de regresar al teatro a presenciar una obra a la medianoche. Todos los concurrentes tienen mucho de sombras, y uno de ellos incluso está pegado a una columna cual araña, contando historias graciosas a su pequeño público, sombra también él. Finalmente todo el lugar arde en llamas y el personaje clama por el mundo que desaparece con la destrucción del teatro. ¿Acaso sea el sueño un resabio melancólico de lo que ya nunca podrá ser? Recordemos que Urzidil, una vez Hitler invadió Checoslovaquia y él mismo salió como exiliado hacia Inglaterra y luego a los Estados Unidos, no regresó a Praga nunca más. Acaso también por ello el libro cierre con la siguiente recomendación: "El mundo es un puente. Atraviésalo, pero no te establezcas en él" (p. 215).
Al "Tríptico de Praga" no hay nada que reprocharle salvo una cosa: el ansia -visible sobre todo al inicio- por mostrar al público de habla germana los "exotismos" de una ciudad que siempre le ha resultado extraña. Pero, por fortuna, esos tanteos de proporcionar a los alemanes una guía turística y un glosario de palabras o cosas extraordinarias checas se apagan conforme avanza el relato.
Jorge Simmons Villalobos
Sobre Johannes Urzidil
http://www.johannes-urzidil.cz/
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