"El último guerrillero" de Mario Martín Gijón narra el exilio francés de un antiguo combatiente de la Guerra Civil en España. Maestro de literatura en el país que lo cobija, en un par de ocasiones se le ocurre narrar ante la clase su participación en los hechos sangrientos de su país de origen, y en especial su encuentro con personalidades de la talla de Machado, quizá por creer que podría darle más viveza a la explicación teórica. En esos momentos, los alumnos cambian completamente el semblante, unos sueltan ligeras risillas, otros francamente se asombran. El final de la historia es intrigante, pues a la recomendación de uno de los alumnos para que el docente deje de contar esas historias que no caen bien a la clase (los franceses no estamos provistos del humor español, le indica el alumno) y el consiguiente enfurecimiento del maestro, uno no sabe si está parado frente a la incomprensión de nuevas generaciones ante un hecho medular de la historia de un país o frente a la insania de un nostálgico que huye de su presente.
Al terminar de leer esa historia y ver la imagen de Rolando Villazón en unos de los espacios publicitarios de la ciudad, me identifiqué con el protagonista del cuento. Poco a poco vinieron de nuevo los recuerdos, recuerdos que ya había decidido guardar por percibir que no caían bien al interlocutor al que se los transmitía o que simplemente era indiferente ante ellos (ah, ¿sí? se limitan a decir). Primero salieron de los escondrijos de la memoria los muñecos de trapo, la Rana René, Gonzo y otros, después las cantinelas de Rolando al frente del grupo: "!Historia.... Historia!" mientras se movía a todo lo largo del pizarrón con los guantes en forma de muñecos.
Después vino la evocación de todo aquel colegio de educación secundaria ubicado en un barrio de la periferia de la Ciudad de México (Lomas Verdes, para los entendidos) que en un balance general me deja saldo negativo, que sólo se alcanza a salvar por las tarjetas de jugadores de futbol americano, béisbol o básquetbol que compraba a la salida de clases y precisamente por la hora de historia de Rolando. De la Historia de aquel curso propiamente no recuerdo casi nada. En los años posteriores, me documentaría aún mucho más, pero me pregunto qué hubiera pasado con mi persona de no haber cursado aquel año escolar con Villazón. ¿Me hubiera encaminado hacia el mundo de las letras y la cultura de no haberlo conocido? Es verdad que la Historia no era lo que a mí y a otros gustaba de aquella clase, sino la manera en que Rolando nos entretenía y nos contaba los acontecimientos más importante de los últimos siglos. Recuerdo vagamente un muñeco vestido de rey, quizá de algún país europeo, que contaba sus hazañas y desventuras ante una clase que estaba literalmente anonadada ante nuestro Maese Pedro.
No quiero mentir. No creo que a nadie le haya pasado por la cabeza que Rolando ya era en esos años un estudiante de canto, pero sí puedo asegurar que tuvimos la suerte de oírlo entonar en muchas ocasiones melodías varias. En aquellas primeras semanas recuerdo que lo que más nos importaba era la noticia de que le iba a los acereros de Pittsburgh, quienes habían comenzado con 3-0 la temporada de 1992. Me pregunto si aún le seguirá yendo a los acereros. Me gustaría preguntarle esas y otras cosas ahora que dentro de un par de meses estará en Praga, pero por desgracia los precios exorbitantes de los boletos para su concierto me impedirán hacerlo en el backstage o en el vestíbulo de la sala de conciertos donde es fama que se pone a dar autógrafos al termino de su actuación.
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