Dentro del repertorio de luminarias del esnobismo literario actual en español, el nombre de Guadalupe Nettel surge por doquier y con una recurrencia que se me antoja ya empalagosa. Mi absurda y diminuta tendencia iconoclasta o mi natural afición al masoquismo, o bien la mera curiosidad me llevaron a tomar entre las manos la colección de cuentos, al parecer la segunda, de Nettel ("Juegos de artificio", la primera). En suma, que iba con la firme idea de despotricar contra el libro y su autora después de leída la primera página. Sin embargo, me fue imposible, pues la primera historia ("Ptosis") no me pareció ni de cerca despreciable. Lo mismo puedo decir de la segunda ("Transpersiana"), la tercera y la cuarta ("Bonsái" y "El otro lado del muelle" respectivamente, aunque éstas las tragué con más dificultades), y la quinta ("Pétalos"). Decir que me parecieron un prodigio, relatos de excelente factura, equivaldría también a cometer una inexactitud, siguiendo las palabras del guardagujas arreolano. Podría decir de primera instancia que me parecieron aceptables (insisto, con el par de excepciones ya mencionado), por supuesto legibles, pero sin duda algo más cercanas al ni fu ni fa, al ni me fue ni me vino. Me parece, ensañándome ya un poco, que a excepción de "Bezoar", el relato que cierra la colección, los cuentos se mueven en una especie de "mediocritas de latón".
¿Son estas historias incómodas? ¿De qué estamos hablando aquí? No se trata de ponerse pesado, pero dudo mucho que Nettel haya logrado el cometido de incomodar a alguien con sus historias. ¿Un fotógrafo que tiene fijación por los párpados y casi un orgasmo con los de su mujer amada? ¿Un japonés que se siente parte de la familia de las cactáceas? ¿Una mujer que recuerda su época de muchachita sintiendo los atisbos de la homosexualidad y buscando La Verdadera Soledad (por cierto, qué chocante encontrarse con las mayúsculas a cada rato)? ¿Un tipo que se masturba en su balcón mientras una mujer hermosa lo espera en la sala y otra lo espía del otro lado de la calle? ¿Otro al que le fascina meter la cabeza, mirar, oler y buscar indicios de una amada idealizada en los escusados públicos de los restaurantes? Tengo que decir que ésta fue una historia ("Pétalos" ¿Alguna alusión a la marca de papel higiénico?) que me interesó más que las cuatro primeras. Me agrada el tema, me parece original, pero me parece que Nettel o no se arriesga a más o quiere mantenerse dentro de las "normas del buen gusto", si cabe, o es bastante light. Bien hubiera podido ir más allá sin necesidad de ser puerca (si no es que ya lo es para los hipotéticos lectores que sí se incomodaron). Porque no es necesario que raye en la porquería más vil, no necesito como lector algo tan explícito, pero de lo que la autora me ofrece yo entresaco un personaje excéntrico sí, pero también insulso y una historia difusa. ¿Hay alguien a quien de verdad sí le incomoden estas historias? En tal caso, Nettel seguramente habrá tenido en mente un grupo muy definido de lectores, al que, por lo menos, yo no pertenezco.
Mención aparte merece "Bezoar", narración que desde el título atrae (¿Por qué no intituló así su libro?), pero sobre todo por el estilo adoptado, el "género narrativo", es decir, la bitácora, la historia y el personaje. Además creo que es la más original de todas las obsesiones y manías retratadas: la incesante y vesánica costumbre de una mujer que llega a modelo de arrancarse todo tipo de capilaridad que lleve encima, manía que engendró desde la niñez y que se mantiene hasta el momento en que se produce su estallamiento, o sea, cuando se encuentra con otro, su amante, que posee su propia manía, ésta no del todo inusitada (tronarse los dedos), pero que sin embargo ella abomina. Desde del centro de recuperación o manicomio, la modelo cuenta (a sugerencia de su doctor) a manera de bitácora el origen de la manía, su posterior desarrollo y cómo ésta la fue alejando de todos y volviéndola cada vez más excéntrica. El desenlace se produce cuando nos enteramos de las razones que la llevan a internarse en ese lugar. Por una circunstancia que no me queda del todo clara, el amante, para mala fortuna de ella, decide internarse también en aquel lugar. Por ello, la modelo comienza a perder toda la tranquilidad hasta el momento ganada. La historia termina (dejándome como las demás un vacío, muchos desiderata) momentos antes de la "batalla final" de los dos amantes. La modelo le anticipa al doctor los dos escenarios, según sea ella o no la que salga avante.
No sé quien haya sido el encargado de escribir la contraportada del volumen que reza así:
Este libro, luminoso y también perturbador, defiende la idea de que la verdadera belleza se encuentra precisamente en todo aquello que nos incomoda ver, aquello que nos vuelve únicos e irrepetibles. Y nos confirma este pequeño milagro: una voz nueva, personal e inconfundible, la de la joven escritora mexicana Guadalupe Nettel,
pero yo no veo ni lo luminoso, ni que defienda nada ni la belleza defendida por ningún lado. Así mismo, esa voz más bien me parece que puede correr el riesgo de difuminarse y perderse entre la bola de escritores jóvenes. Pero como yo no escribo en las contraportadas de Anagrama, sino en este blogcito personal, es muy probable que me equivoque.
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