La semana anterior presencié dos tradiciones checas -y europea una- de gran relieve. La primera, pagana, la célebre Noche de Walpurgis (Walpurgisnacht en alemán o Valpuržina noc en checo) o Noche de brujas. De gran presencia en la literatura y otras esferas del arte, este día -la noche del 31 de abril al 1 de mayo- era el elegido según la tradición celta-vikinga para celebrar la renovación del aňo, el paso del invierno a la primavera. Más tarde fue elegido como momento de reunión para llevar a cabo actos de hechicería. A la fecha, se acostumbra hacer una fogata a la mitad de un bosque y quemar muňecas de papel o cartón con formas de bruja. Después de dicho acto se procede a chupar el resto de la tarde. Es decir, tenemos un caso más en que una tradición se ha desvirtuado. Por desgracia, no nos fue posible observar de cerca el suceso.
El siguiente día, el 1 de mayo, ha sido instaurado poco a poco en la Rep. Checa (además del día del trabajo, que no tiene nada que ver) como "oficial" el día del beso o de los enamorados. Contrapuesto al 14 de febrero, día en el que se tiende más a ver la mano del capitalismo, este día es un tributo al acto de besarse. Las parejas se evidencian en las calles, pululan, obstruyen el paso para dar paso a su vez al desfogue de sus pasiones. Por lo demás, no sería de llamar la atención el hecho de besarse, si no fuera porque en el día a día es completamente atípico en esta ciudad. Quiero decir: se puede ver a los chicos besarse en la calle, pero muy poco. A los mayores, casi nunca.
Más exactamente, la tradición dice que toda mujer debe recibir un beso este día debajo de un árbol, de preferencia un cerezo, y, mejor aún, si este beso lo recibe en la famosa colina de Petřin, cerca del castillo de Praga. Otra costumbre es acudir a la misma colina para dejar flores al pie de la estatua del poeta romántico Karel Hynek Mácha, "padre" de la poesía checa y, presumiblemente, un fiel adorador del amor, como puede verse en su poema "Máj (Mayo)".
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