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Reseñas deshilachadas: "Muerte súbita", de Álvaro Enrigue, 261 pp.

   Inconforme con el ganador del premio Anagrama de novela del año en curso, me dispongo a comentar el libro ganador del año pasado.
   Ya el hecho en sí de que Álvaro Enrigue hubiera ganado el premio Herralde de novela era de llamar poderosamente la atención, me explicaré, pero cuando me fui a ver de qué se trataba el libro triunfador y más todavía cuando lo leí, me pregunté seriamente si el jurado lo habría leído bien, y si conocerían medianamente la obra restante de Enrigue. Hay que suponer que así fue, pero la pregunta es lícita: ¿Muerte súbita es una novela? Para cualquier lector que haya seguido las páginas de Hipotermia, Vidas perpendiculares o Decencia sabrá que a Enrigue lo que más le atrae es coquetear con los géneros, con el corte y la distribución de historias. Con el primero de los títulos mencionados persiste la discusión de si estamos ante una colección de relatos o de si somos testigos de un "nuevo" género en el que cada una de las narraciones, indiscutiblemente independientes, sería el eslabón de un relato más amplio, una novela. Propuesta ésta muy atractiva y sin lugar a dudas poseedora de cierto fundamento, pero que el autor ha rechazado en varias ocasiones, afirmando que se trata sólo de una serie de cuentos.
   Si el entramado de Hipotermia ya daba para la discusión, ¿qué decir de Muerte súbita? Allá estamos ante un género, el cuento, que si se le prolonga, podría dar como resultado una novela, por así decirlo, pero acá lo que tenemos es una inusitada mezcla de relato breve, ensayo, novela histórica, estudio monográfico (¡se incluye bibliografía!), crítica de arte y cita erudita. ¿Es un chiste aún más mordaz, una nueva provocación de parte del autor? Muy bien, pero estamos olvidándonos de algo. ¿Dónde está la novela? Sin entrar en suspicacias, cabe pensar que si un libro de tal naturaleza fue condecorado con uno de los más prestigiosos premios de novela en español, signifca que, entre otras virtudes que pueda tener la obra, se está premiando esa ingeniosa combinación de elementos, se está juzgando valiosa esa audacia, y eso ya merece destacarse.
   El contenido del libro, como se puede deducir, tampoco admite una identificación simple. Enrigue mismo afirma no tenerlo del todo claro (p. 200 y ss.). El libro no trata exactamente sobre un partido de tenis que se llevó a cabo un día de 1599 en las canchas romanas entre Francisco de Quevedo y Michelangelo Merisi da Caravaggio, o no sólo de eso. El libro, acepta el autor, tampoco trata del todo sobre cómo América lenta y dolorosamente se adhirió a la cultura occidental, si cabe afirmar tal cosa. "Tal vez sea un libro que se trata solamente de cómo se podría contar este libro, tal vez todos los libros se traten sólo de eso. Un libro de vaivenes, como un juego tenis". Detrás de esta declaración de principios se encuentra su idea de la disolución de los géneros, no por mera necedad, sino porque es la única manera -recurrir a todas las formas posibles- de contar algo que de cualquier manera se va a escurrir entre los dedos como un puño de canicas, según afirma en algún lugar de Hipotermia. También aquí está presente su idea sobre la "muerte del autor", la idea de que las historias son significativas por sí mismas, "tal y como sucedieron", de manera que cuando un escritor trata de articularlas, reconstruirlas en el papel, indefectiblemente termina haciendo el ridículo o una cursilería, como insiste en Hipotermia. Por último, en Muerte súbita se evidencia un ansia de catarsis ("Las novelas aplastan monumentos", afirma), un desquite con la historia y los hijos de puta que la han construido, intencional o accidentalmente.
   Como ya se sabe, regresando al corte y distribución de historias al que hacía referencia, Enrigue se siente muy cómodo narrando más de una historia a la vez. Es el procedimiento habitual en prácticamente todos sus libros, e incluso al interior de algunos de sus cuentos. En Muerte súbita no es la excepción. Sin embargo, la cuestión que me interesa es discutir cuál es el número de historias contadas en la novela. Hay quien propone al menos cuatro historias: la de Quevedo, Cortés, Caravaggio y Vasco de Quiroga. Podrían considerarse algunas más, pues figuras como Pío IV o Carlo Borromeo, Huanintzin o la propia nieta del conquistador quizá reclamarían un papel más destacado en la novela. Pero llego al punto que me interesa. Tales historias, independientemente del número, se sienten desbalanceadas. Es decir, la extensión, el peso, del relato en uno y otro casos no son los mismos. Por ejemplo, a Caravaggio le dedica mucha más atención que a Quevedo. Diría que del lado de la cancha de Quevedo, éste es el mero pretexto para hacer la ramificación hacia Cortés (por medio del parentesco de su amigo con la nieta del conquistador). Por otro lado, la historia de Vasco de Quiroga (o, mejor, de Quiroga y Huanintzin), aunque muy importante, me parece que está desarrollada muy a prisa y ya muy al final del libro. Todo esto para decir que, en mi opinión, la estructura queda un tanto coja.
   Independientemente de que se esté de acuerdo o no con los postulados del autor que he bosquejado, lo cierto es que en Muerte súbita somos testigos de la gestación y el desarrollo de acontecimientos cruciales para la historia de algunos países, de algunas regiones y quién sabe si para la historia universal; de la actuación de algunas de las figuras más emblemáticas de la historia política o del arte. Considero que los niveles más altos de la "novela" Muerte súbita están representados precisamente por aquellos episodios, espléndidamente contados, donde los destinos de dichos personajes señeros  (Quevedo y Caravaggio, sí, pero también los Papas de la Contrarreforma, Galileo, Hernán Cortés, Cuauhtémoc...) se cruzan, "todos cogiendo, emborrachándose, apostando en el vacío". Así es, en efecto, como Enrigue se arriesga a hacer a hablar a los grandes Nombres, a dialogar entre sí, los sitúa en un plan de igualdad con nosotros ("el primer pintor propiamente moderno... fue también un gran tenista y un asesino. Nuestro hermano"), viéndolos en su humanidad. Es una experiencia placentera. Enrigue alimenta el morbo del lector y curioso de la historia cuando pone a conversar a los ideólogos de la Contrarreforma sobre un regalo proveniente de las Indias mientras Europa se desangra, cuando pone en una misma cancha a Quevedo y a Caravaggio, frente a frente, pero más aún cuando nos enteramos sobre las razones del duelo (la reparación de un afrenta, ¿es que fue cierto aquel episodio?). En el caso particular del lector mexicano, no encuentro mejor pasaje que aquellos situados en la intimidad de una covacha recién levantada en una tierra desconocida donde dos personajes entran en pasiones y con cuyo coito (descrito pormenorizadamente) cambian el destino de un mundo. Enrigue se convierte en un iconoclasta al traducir a nuestro lenguaje, al desmitificar, al humanizar lo que nos han enseñado únicamente a maldecir. La escena de Cortés y la Malinche cogiendo debajo del manto sagrado de Moctezuma será memorable. Junto al mural de Orozco acaso no haya otra descripción más original de los que son nuestros lares y penates, mal que nos pese.
   De esa manera vemos cómo Álvaro Enrigue coquetea con la novela histórica, pero, entre otras cosas, como se intentó expresar aquí, también hay escarceos por ejemplo con la llamada historia contrafactual. Todo es parte de todo, parece decir el autor. La inclusión de los elementos de la "novela" no es gratuita. Hay un nexo que une de alguna manera los episodios que se van desarrollando paralelamente, y a los personajes: el mejor amigo y protegido de Quevedo resulta que era esposo de la nieta de Hernán Cortés, Caravaggio revolucionó la idea del color al ver un manto elaborado por unos indios del nuevo territorio conquistado, los cabellos de Ana Bolena van a convertirse en el forro de las pelotas de tenis más importantes del siglo, y así algunas cosas más. Puede parecer innecesario o hasta caer mal el que se nos recuerde que sin América, Europa no sería que lo que llegó a ser, que sin los mexicanos quizá el catolicismo se hubiera extinguido y la pintura hubiera seguido otro cauce o retrasado su desarrollo. Enrigue sugiere algunas veces ese ¿qué hubiera pasado si...? ¿Si Cortés hubiera muerto ahogado al cruzar un río o si hubiera sido emboscado en plena Tenochtitlán? Es como regodearnos en el lodo, es como si la espina se nos clavara algunos centímetros más cada que recordamos aquellos acontecimientos. Bien visto, es en buen medida gracias a los mexicanos pazguatos derrotados aquella vez por el conquistador que el mundo vive esta mierda de nuestros días.
   Un compañero de armas de este reseñista le perdona todo a la novela por ese "final polifónico" donde todo se mezcla, donde todos son todo y el "plan de Dios" se hace tangible. En líneas generales, coincido con lo extático del final, pero creo que no puede hablarse de gratuidad al referirnos a los elementos que lo desencadenan, y tejen todo el relato. Finalmente, es la suma de esos elementos componentes de la(s) historia(s), la pelota con la mata de Bolena, Cortés y la Malinche, las putas de Caravaggio y el puto de Quevedo, los papas corruptos y cruentos, las mitras de Huanintzin..., la que origina, fallas aparte, el viaje celestial-terrenal de ese final de la novela. 

   
    


  

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