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Reseñas deshilachadas: El boxeador polaco, de Eduardo Halfon



Luego de algunos años vuelvo con estas Reseñas Deshilachadas. Desde la última reseña, he leído muchos libros que habrían tenido un sitio en la línea que he intentado seguir aquí, pero la vida y la acedía que aquella ocasiona me lo han impedido. Ya tendré oportunidad de resarcirme. Recién termino "El boxeador polaco", de Eduardo Halfon, un libro de nueve cuentos donde el personaje central -con excepción, quizá, del que lleva el nombre de la colección (si bien también allí aparece)- siempre parece ser alguien al que podríamos denominar "Halfon", según se deduce del primero de los cuentos. Poco me interesa identificar a este narrador-personaje con el autor de la colección. A ese efecto, me he abstenido de leer la contraportada, la cintilla o la sección final "sobre el autor". Mejor así.

Lo primero que se me antoja expresar aquí es el asunto de los ambientes en los relatos: la vida universitaria, las aulas, en el caso de "Lejano", los bares en el caso de "Fumata blanca" y "Epístrofe", los coloquios de scholars, como en "Twaineando", o los cafés de malamuerte passim en la serie de relatos gitanos. Ya después, lo que ocurre en uno o en otro, es de muy distinta factura, a mi entender. Creo que es mejor soltar desde ahora mi bomba: los que he denominado relatos gitanos son lo mejor de la colección; de lo demás Halfon pudo haber prescindido. Al no hacerlo, el conjunto queda cojo: por un lado, un formidable conjunto de cuentos, una línea bien trazada, un relato-novela corta vívida y enriquecedora; por otro, relatos desiguales, sin ton ni son, sueltos, qué voy a hacer con éstos, se habrá dicho. Un poco en la misma línea, es criticable el título de la colección. Una desafortunada elección. Quedo en shock ante la idea de que el autor no se haya dado cuenta de la joya que tenía entre manos; bueno, otra vez, a mi entender. 

Sin indagar nada en las fechas, me suena a que "Lejano" es un cuento de "juventud", con buenas ideas, directrices que producen expectación, pero con una constante en toda la colección: un final sin chiste, casi deleznable. Al ir leyendo el cuento se me ocurrió que las lecturas mencionadas llevarían por algún rumbo. Junto al grupo, realicé las lecturas encomendadas por el maestro, las disfruté mucho, en el caso de Poe o El Horla una vez más, pero, o no había a dónde ir con ellas o yo no di los pasos adecuados. Un desperdicio. Con todo, el relato es disfrutable y el personaje Juan Kalel ya prefigura al gran Milan Rakič de los cuentos gitanos.

"Fumata blanca" es todo, literalmente, un mal chiste. Lo dejo. De Mark Twain, con excepción de la caricatura ochentera que se basaba en sus dos obras más conocidas, lo desconozco todo, y tal vez por eso "Twaineando" me dio poco: el ambiente que recrea el autor es acertado, me agradan tales escenarios para un cuento, el problema es que el cuento termina, otra vez, como un muy mal chiste, esta vez del personaje Joe Krupp. El desprecio hacia el cuerpo de sabiondos, me queda claro, la crítica al estudio hipermicroscópico en la  filología, sale, pero y ¿luego?

Antes de ir a lo que me interesa, menciono "El boxeador polaco" (Paso sin ver "Discurso de Póvoa" que es, por cierto,.... ¿qué? ¿El relleno con que el editor le dijo que tenía que tapar un hueco que había? Paréntesis. Aventuro un comentario más: mucho me recuerda El boxeador polaco a Hipotermia de Álvaro Enrigue: en ambas obras está presente la idea de fundir el cuento y la novela, de construir un relato largo a través de relatos en el formato "tradicional"; en ambas se encuentra una especie de "teoría de la literatura" (aquí el tal "Discurso de Póvoa"), donde se tocan el asunto de la primacía de la anécdota por encima del autor y la forma de abordar, con la literatura, la realidad). La historia que comparte título con el libro es la historia que cualquier descendiente de judíos tiene que narrar, es una historia que, si bien conmueve, toca un tema muy manoseado. Más allá, mucho parece ceñirse el autor a la "anécdota real" (si es que aceptamos que Halfon-autor es el Halfon-personaje testigo del cuento con un abuelo que "de verdad" vivió y sufrió, etc...) y poco hace el autor para darle más riqueza descriptiva al relato. Es un relato gris como Auschwitz o Sachsenhausen. Quizá lo quiso así. Un elemento más, éste sí muy chocante, son las interrupciones con que el narrador corta la historia del abuelo introduciendo acotaciones que suceden en "tiempo real". Son molestas y no les veo mayor sentido. 

Paso a lo mejor: "Epístrofe" es, junto a "Pirueta", el mejor cuento de la obra, considerado como ente independiente. Pero como mejor hay que mirarlo es, por supuesto, como una serie de relatos que giran en torno al personaje (hasta cierto punto secundario) Milan Rakič y a la música y espíritu gitanos (como actor de primerísimo orden). Me causa mucho placer haber encontrado esta "genealogía", estas historias, estos recuentos dentro de un cuento de un pueblo eternamente marginado. Esta Historia de la Música Gitana, por llamarla de alguna manera, es simplemente apasionante. He pasado momentos de plenitud, de jovialidad sincera estos días buscando a los intérpretes mencionados en los relatos, escuchando su música mientras seguía la lectura: el violín de Lajko Felix, la Kočani Orkestar, Kek Lang, Kalyi Jag, Darko Macura, Kalman Balogh, las trompetas de Boban y Marko Markovič, las fantásticas interpretaciones del "kolo" y del "čoček" por parte de Jova Stojiljkovič, la voz de Esma Redžepova o los gitanos manouche con el gran Django Reinhardt a la cabeza... No creo faltar a la verdad, por más que parezca un juicio negativo a primera vista, si afirmo que los cuentos del ciclo gitano se justifican por su función de "guía" musical, una especia de "soundtrack" literario de la música exquisita que obligatoriamente ha de escucharse en el seguimiento de las huellas de Milan por parte del personaje (ya otra reseña merecerían los intérpretes prodigiosos y las piezas musicales excelsas). No se puede evitar, aunque sea de pasada, mencionar la nada velada alusión a Johnny Carter de "El perseguidor", cuyo trasunto es Milan Rakič, un ser inasible. La perorata de Milan sobre el jazz así parece confirmarlo. 

Casi cierro este breve comentario. Los gustos del lector son siempre variados, disímbolos y, los míos, llenos de prejuicios por supuesto, rechazan por lo general lo que a mi modo ver son comparaciones ociosas o torpes, dentro de casi todos los relatos. Algunos ejemplos: ...sus manos me parecieron demasiado pequeñas, luego me parecieron dos terrosas estrellitas de mar, luego dos tarántulas hinchadas y tristes en una lucha territorial que ninguna de las dos jamás ganaría; ...con un rostro que juzgué entre arrogante y mimoso, como de arroz con leche muy caliente pero sin suficiente canela; ...me pareció un barrio decadente, aunque decadente atractivo... como el discurso facundo de un asesino en serio; y, acaso, la mejor: Liszt ha aceptado a los gitanos... y todo estan felices y el mundo es tan perfecto como un puto melocotón... Pero no todo es malo. Hay una que otra que -dentro del empalago analógico en que se enfrasca el autor- me parece hasta fina al oído cuando la vuelvo a leer, bien elaborada. Pongamos por caso: Quizá por la forma de sus ojos, quizás por algo mucho menos nombrable, me pareció que tenía una mirada noctámbula... La mirada de un vampiro, pero un vampiro benévolo y triste que ya no necesita más sangre, sino largos chapoteos en agua bendita . En este punto, y tratando de concatenar hipótesis, sólo hipótesis porque no pude, no quise, buscar pruebas, percibo aquí, además de la influencia cortazariana, algunos que podríamos llamar resabios "bolañianos", lenguajes, analogías, que creo recordar en Los detectives salvajes o en la parte de los crímenes de 2666, la enumeración y repetición (figuras retóricas hiperclásicas, por lo demás): "Me llegó una postal"... "Escribió Milan"... "Dijo Davor..." "Dijo Slavko"... En fin.

Entonces, que casi que toda la colección debió haber sido de tema gitano. Hubiera sido coherente, de primera. Así como la tenemos, es una colección bastante desbalanceada. Los cuentos que no contienen tema gitano, palidecen frente al brillo grisáceo y frío de las calles de Belgrado. 







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