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Reseñas deshilachadas: "La Señora Rojo", de Antonio Ortuño, Páginas de Espuma, cuentos.

   De la misma forma en que no leí su primera novela, "El buscador de cabezas", pero sí la segunda, "Recursos humanos", tampoco leí su primera colección de cuentos, "El jardín japonés", pero sí acabo de leer "La Señora Rojo", de Antonio Ortuño. La novela me dejó un agradable sabor de boca, regalándome momentos placenteros; de los cuentos, sólo en uno o dos casos puedo decir lo mismo. Menciono a continuación algunas impresiones, inconexas, perezosas, deshilachadas, como es costumbre en este espacio. Desde ya pongo sobre la mesa la primera pregunta: Al leer estos relatos ¿noto la impericia propia del novato o se trata sólo de mi prejuicio de lector envidioso, contemporáneo de Ortuño y sin embargo sin ninguna maldita línea publicada?

En el primer cuento de la colección, "Agua corriente", el tema es esencialmente el mismo que el de "Recursos humanos"; es decir, la descripción hiperbólica de la pobreza. La trama del relato, sin embargo, tiene un fallo, me refiero específicamente a la resolución de la historia, pues a mi entender Ortuño la "desata" de una forma precipitada e inverosímil (proceder que, por otro lado, también aparece en otro par de historias de "La Señora Rojo"). Que el niño-personaje principal del cuento piense demasiado bien las cosas, sale, pasa. Al chantajear a su padre, ausente por muchos años, a fin de colmar su apetito materialista y de reivindicación da trazas de una muy perita marrullería, ok, ante la cual el padre cede con mucha faciliad. Aquí viene mi objeción. ¿La culpa acaso es la que lo hace doblar las manos ante el escuincle desconocido? Habrá que deducirlo así por algunos guiños, esparcidos con parquedad en el relato. Envuelto en la historia, insisto: ¿por qué habría de preocuparse por su hijo un tipo al que nunca antes le importó la existencia de aquél? En fin, puede ser... 

En "Felicidad", acaso el cuento más celebrado de la colección (y si es así, injustamente), la ironía me parece más fina comparada con la del relato que abre la colección. Por otro lado, aquí Ortuño echa mano de nueva cuenta de una resolución torpe. En el hospital, el padre desahuciado revela algo que no parece hacer mella en el protagonista, de naturaleza despreocupada y fastidiosa, pero que al contarlo a su vez éste a su madre, parece producir el efecto de una bomba. ¿Cómo lo sabemos? Porque la madre, de manera imprevisible, muere en el mismo hospital. ¿Cómo resolver el misterio de lo ocurrido y a su vez observar las causas últimas? El autor recurre al testimonio de una mesera chismosa de la cafetería que notaba la incertidumbre de la madre del personaje después de la revelación nefasta. Otra vez, se me dirá que por qué no, sin embargo, este deus ex machina ya se me hizo más desesperado y bobo. 

"Masculinidad" presenta dos de las facetas más constantes en todo el volumen: el buen tino para elegir caracteres, el talento para crear escenas, atmósferas atractivas y novedosas, por un lado; el desajuste del cuento, la falta de equilibrio, los finales que se desvanecen o se desmoronan, por el otro. El cuento en cuestión comienza buscando la empatía del lector macho, éste se la otorga, creo yo, pero la historia termina como terminan los chistes malos, provocando -al menos en mí- un ¡buuuu! de parte del respetable. En fin.  

La mejor hechura, el primer premio, los tiene, sin lugar a dudas, "Pavura". La historia tiene dos o tres aciertos: El tema es original, la descripción es impecable y el relato es sólido de cabo a rabo, "no se cae" como sí sucede, según he tratado de mostrar, en otros cuentos. Especialmente, el cuento consigue muy atinadamente que al lector le surja un sentimiento de psicosis, le hace ver con claridad cómo son aquellos que secundan al demente, ellos mismos en el mismo nivel de demencia, y que le allanan el camino a fin de que aquél lleve a cabo todos sus neuróticos planes.

Supongo que Ortuño a estas alturas ya se habrá curado, quién sabe, pero como a una buena cantidad de "escritores jóvenes" le aflora también a él en esta obra el anhelo de escandalizar, de ser iconoclasta, sensacionalista, está claro que le piace recibir susurros mezclados de reprobación y asombro. Ejemplo: "La culpa de las revueltas". Un cuento aburrido, cuya trama bien pudo haber sido extraída de una serie americana juvenil o de esas policiacas que ya me revientan.

(¿Qué son "Historia" y "Héroe"? ¿Alegorías de un México apocalíptico? ¿EEUU, acaso? ¿Quiénes son los invasores? Me costó mucho trabajo llegar a la última línea de estas historias, y sentí un gran alivio al hacerlo. No tengo nada que decir.)

El relato "La señora Rojo", me parece antes que otra cosa un capítulo cualquiera de los Simpson (endiosados ad nauseam), una suerte de realismo mágico posmoderno, y el narrador un trasunto de Homero Simpson, provisto quizá de una dotación ligeramente mayor de neuronas. El cuento es inverosímil, ridículo, carente de gracia. 

No sé, no sé. ¿Qué pasa? ¿Soy yo? ¿Son los autores? 

Quién sabe por qué, de un tiempo a la fecha, vengo leyendo la literatura escrita por autores latinoamericanos que ofrece Anagrama, Pre-textos, Páginas de espuma, Mondadori, etc. Noto una constante: pareciera que en la actualidad los cuentistas "jóvenes" (pienso también en Nettel, Julián Herbert...) se hubieran impuesto la tarea de andar a la caza de personajes raros, oficios exóticos, algo en lo que nunca nadie hubiera reparado antes. Por sí mismo esto no merece censura, siempre y cuando este elemento vaya acompañado de una historia bien tramada; en caso contrario, resulta insuficiente, insípido, burdo. En Ortuño dicha combinación está bien lograda en "Pavura", pero en el resto de las historias se privilegia lo "anómalo" de los personajes frente a las historias mismas. Me da la impresión de que a lo largo de los cuentos al autor le interesa más mostrarle al lector el hallazgo de sus personajes que ofrecérselos bien desarrollados, cobijados por una trama consecuente y sin fisuras.  

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